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A 50 años de la muerte de Juan Domingo Perón

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El 1 de julio de 1974 marcó la partida de un hombre que había sido el epicentro de la vida política argentina desde el lejano 17 de octubre de 1945 hasta su fallecimiento, y en muchos sentidos, lo sigue siendo hasta la actualidad. Juan Domingo Perón conmocionó el país «natural» de la desigualdad, la inequidad y la explotación de una élite cruel y despiadada. Con Perón, las estructuras de nuestro país cambiaron radicalmente: los postergados de cientos de años se reunieron en torno a sus políticas; junto a Perón estaban los olvidados mestizos y maltratados inmigrantes, los abandonados del país liberal, quienes sentían a aquel general como uno de los suyos y lo veían como garantía de que «la estancia» no volviera a cerrar las tranqueras sobre sus vidas y trabajos.

Los jornaleros de los que hablaba Dorrego, el pueblo federal desde Güemes hasta Felipe Varela; los negros y mestizos de Artigas, los gauchos desplazados de José Hernández, los radicales yrigoyenistas de los barrios; los ucranianos, polacos, italianos, gallegos, vascos que se deslomaban en los talleres y fábricas de Buenos Aires, Rosario, La Plata, Berisso y Ensenada. Los históricos desheredados, junto a las mujeres trabajadoras, todos habitantes explotados de la tierra más rica del Cono Sur, se movieron como una sola persona junto a Perón.

Juan Domingo Perón instaló también a los trabajadores como demandantes, como sujetos colectivos que tenían algo que decir y que tenían derecho a decirlo. Que eligen un liderazgo, lo reclaman y lo instalan. La política argentina dejó de ser la misma desde Perón en adelante: a la política de círculo, de grupitos de elegidos, de clubes, de acuerdos secretos y espurios, el peronismo le opuso la imagen y la práctica que, inaugurada en la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945, se instaló en el balcón de la Casa Rosada: el diálogo directo con los trabajadores, la política masiva, abierta, multitudinaria, donde el que conduce y los/as trabajadores proponen y escuchan mutuamente.

Con Perón, toda una nueva conducción obrera se erigió y organizó. Las viejas conducciones obreras, formadas en las categorías de análisis eurocéntricas, fueron barridas por las nuevas conducciones obreras que rápidamente se organizaron para defender el liderazgo de Perón (y, junto a ello, sus propios intereses).

Porque de tanto interpretar y reinterpretar el peronismo con las anteojeras de la historia oficial o del prejuicio elitista, se ha olvidado un punto esencial del liderazgo inaugurado por Perón: en el peronismo es la clase trabajadora el actor principal y son Perón (y Eva Perón) sus intérpretes, la clase obrera trabajadora, heterogénea, mestiza e inmigrante, la que ocupa las Plazas, los sindicatos, los espacios públicos, las escuelas y las universidades.

Nada fue igual después de Perón. El viejo líder fallecía un helado 1 de julio de 1974. Para muchos, la enorme mayoría del pueblo argentino, su muerte presagiaba tiempos de una oscuridad creciente. Otros, que no lo habían entendido en vida, comenzaban a comprender, tardíamente, la importancia de su figura.

Hoy, a 50 años de su fallecimiento, miles y miles de jóvenes corean aún su nombre. Ese ha sido su verdadero y profundo legado.